Desde aquel día empezamos a follar a diario. Lo despertaba comiéndole la polla y me desayunaba su espesa y caliente leche.
Cuando Papa y mama iban a misa los domingos teníamos por lo menos tres horas en las que nos las pasábamos follando de todas las formas posibles.
Acabe haciéndome adicto a su enorme plátano.
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